¿Viajar no es lo mismo que
desplazarse? Lo afirma Diana Salcines de
Delas en su tesis Literatura de
viaje: Una encrucijada de textos donde nos ofrece una visión sobre el viaje en
el siglo XX. Arranca situándonos en el viaje y sus motivos, nos aclara que
al viajero lo que le induce a viajar ha
evolucionado a lo largo de los siglos dependiendo de intereses, modas y
necesidades. Veamos cómo descubren los viajeros los paisajes pintorescos y
paisajes sublimes en destino turístico español.
El viajero emprende el viaje
como una experiencia para el ánimo y el
alma más que como ejercicio para el
intelecto -Grand Tour, España quedó fuera por motivos de prestigio cultural-,
significaba estudio e implicaba desarrollo
y mejora de la propia personalidad.
Nos introducimos en el viajero romántico
del XIX dejamos atrás al viajero
ilustrado del siglo XVIII. La ilustración estaba interesada en estudio del
hombre y en la convivencia en sociedad -una hoja de hierba es siempre una hoja
de hierba tanto en un país como en otro, Samuel
Johnson-. El romanticismo nos trae una nueva sensibilidad para afrontar el
viaje. Esa sensibilidad se refleja en la percepción del paisaje. El viajero
ilustrado contemplaba los paisajes
pintorescos -“mister picturesque” William
Gilpin-, mientas que el viajero romántico se emociona con los paisajes sublimes.
El viajero ilustrado
percibía el paisaje como un aspecto agrícola, un soporte de la actividad
agraria, y lo concebía como un libro
donde leerá la historia del país que visita. En cuanto el paisaje español, los viajeros ilustrados británicos -abandona
el Gran Tour y se acercan a la Península ibérica -promesa de exotismo-, la gran
desconocida para ellos- describen las
tierras yermas y despobladas y lo
atribuían a largos años de mal gobierno,
de la rapacidad de la Iglesia y del absentismo de los grandes propietarios
para adentrase en una percepción paisaje donde el tema tenía valor por si
mismo.
Anteriormente, se hallaban
los viajeros eruditos. James Howell sentencia que el viaje es una Academia en movimiento. Corría
el siglo XVII, los hijos de los nobles viajan para aprender lenguas, estudiar en las
universidades y conocer las cortes más importantes. Como decimos, se modifica el concepto viajero en el siglo XVIII. En relación a los ingleses se les
conocían como viajeros filosóficos.
Los viajeros románticos se conmovían
con la percepción de la naturaleza, la califican como de terrible y horrorosamente
bella. El paisaje lo encuadraban en una valoración de lo exótico -los viajeros
ingleses- . Era la atracción por el exotismo
de tierras lejanas. La lejanía se hallaba en Oriente donde viajan viajeros
comerciantes -en busca de riqueza- y aventureros. Más tarde, surgen los
viajeros literatos pero su horizonte se ubicó en España donde relata su viaje.
Se configura una mirada esquemática
sobre España. Sus crónicas se tiñen de una visión perdurable en je temporal. Los
viajeros ingleses resaltan el esplendor de lo árabe. Los viajeros nórdicos
relatan el calor asfixiante de la Península y su cegadora luz en el territorio
español. Esta concepción climática proyectó la idea de un país tórrido del continente africano. Los viajeros franceses acentúan
el aspecto supersticioso y religioso hasta el fanatismo del pueblo español.
La España turística se
caracteriza como un caleidoscopio de miradas viajeras en función del país emisor
conformadas en el tiempo desde los paisajes
pintoresco -forjada en la ilustración- hasta los paisajes sublime -construida
desde el halo romántico-.
¿Qué aporta el viaje a quien
lo experimenta?
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