Existe un océano turbio para
David Van Reybrouck. Solo ve agua sucia. Bucea en la teoría de los colores,
contempla un ocre oxidado, se tiñe el Río Congo, el segundo río más largo de
África, el primero es el Nilo, forma un delta en su desembocadura en el mar Mediterráneo,
el Congo dibuja un ojo de una cerradura cuando desemboca en el Atlántico.
Navega en un paquebote, dispuesto
a desplazarse cuatro mil setecientos kilómetros que dura el trayecto, fluye a través de la selva
tropical, escucha las voces congoleñas, escribe una historia sobre el
Congo, no desde un eurocentrismo sino a partir de múltiples
interpretaciones locales.
Los congoleños tienen una esperanza
de vida media durante la última década era inferior a los cuarenta y cinco años,
el motivo principal se debe a la mortalidad infantil que propicia una disminución
en la media.
Le interesa la información no
textual, la entrevista le configura la realidad congoleña, para ello, actualiza el
recuerdo de los informantes congoleños.
Qué comían en ese o en aquel
periodo, qué ropa vestían, iban a la iglesia, cómo eran las casas que habitaron
durante su infancia, indaga el arqueólogo David Van Reybrouck en su libro Congo[1].
No hay comentarios:
Publicar un comentario