Existe una progresión de
valor económico. Pasamos de una economía
agraria – una economía limitada a la extracción de comodities, la madre hace la tarta- a economía industrial -fabricación de
bienes, son tangibles,estándar, la madre
paga un poco más, la elabora de forma
instantánea, o sea, se elige el
contenido, se mezcla, se hornea y listo para comer-, avanza el tiempo, entramos en una economía de servicios -ofrecen
servicios, son intangibles, customizarse, opta
por comprar la tarta en una confitería- y, finalmente, transitamos en la
una economía de la experiencia -son inolvidables,
son absolutamente personales, se contrata una empresa especializada en organizar
un día memorable en el día de su cumpleaños donde se incluye la tarta como
sorpresa-. Esta apelación a festejar un cumpleaños con una tarta le sirvió a B.
Joseph Pine[1]
para dar la bienvenida -Welcome to the experience economy- a este nuevo paradigma junto a Jim Gilmore realizan este
planteamiento.
Nos incorporamos en esta dinámica
en 1998. Ofrecen las empresas turísticas experiencias al turista, no sale el
viajero a su búsqueda de vivir una experiencia como antes. Convergen, descubren
los investigadores Pine y Gilmore, que las experiencias en cuatro campos: los
de entretenimiento –es un sólo un aspecto-, la educción -educativas como
asistir a un seminario-, el escapismo -no sólo se está allí sino también se
hace una actividad como patinar, esquinar, caminar,… y la estética -visitar un
museo-.
Vivimos, por tanto, en una economía
de la experiencia. Se viaja y se atesoran experiencias. Cambia, también, el
itinerario del turismo. ¿Cómo se moverán las empresas del sector turístico en
el futuro?[2]
¿A dónde vamos? Responde el Informe Accenture[3]. Concluye con la frase: el turismo de experiencias es el presente.
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